El porqué de los mensajes.

Carlos Villavieja Llorente.  06/06/2024.

 

Me hace gracia el epitafio de Duchamp, aquel, «…por lo demás, hasta ahora, solo se morían los otros». Supongo que con eso quiso hacer de su propia tumba su postrero ready made. En todo caso, qué bien, dejarse sorprender por la muerte proclamando haber vivido sin conocer tan infausto destino. ¿No era esa la vida en el paraíso de la inocencia animal? No obstante, para quienes vivimos en los arrabales del delicioso jardín, la muerte no suele ser un asunto ajeno.

Menos divertido, pero más humano, me parecen los versos de Borges:

La meta es el olvido,

yo he llegado antes[1].

Escrito por quien habitaba en las cimas del triunfo, no le di mucho crédito cuando lo leí a mis diez y tantos años. Me pareció un mero alarde de modestia, la juventud no conoce aún de naufragios, ni de resurrecciones. Leído nuevamente a sesenta y tantos, los versos zarandean los cimientos de mi vida, porque los enfrenta a boca de jarro con su trágico balance.

Aun así, cuesta pensar cómo puede un triunfador sentirse olvidado en el pleno esplendor de su fama. Años después de escritos los versos, el mismo Borges aclaraba en parte la cuestión cuando, comentando esos mismos versos, afirmaba que todos llegaremos al fracaso, al olvido, y el que ha fracasado en vida ha llegado antes que los demás, ya que la meta final es el olvido[2]. Me resulta fascinante la relación que establece entre los fracasos en vida y la muerte, como gran fracaso, el olvido final.

Reconozco que todo esto se acerca a esos lemas tan del gusto medieval, ese que solía inscribirse en los osarios bajo calaveras y esqueletos. «Sic transit gloria mundi».

Bueno, en la Edad Media resultaba complicado sustraerse a la evidencia de la muerte. No podemos pedir mucha alegría en los tiempos de la hambruna perenne y la peste negra. Tal vez por eso la Iglesia dibujó un sueño más allá del aterrador valle de las lágrimas. ¡Qué buena idea! El hartazgo de miseria conllevaba el desprecio por la vida y la abnegada aceptación del dolor a cambio de una recompensa eterna.

Años más tarde, alguien muy sádico, fue despertando a la gente de aquel embeleso y proclamó a los cuatro vientos la muerte de Dios y la inexistencia del Reino.

Pero el origen ontológico de la idea, su causa última, sigue vigente. Ante la certeza de la muerte, los vivos buscan refugio en la idea de trascendencia y, en mi opinión, esta requiere siempre un sueño de eternidad.

Me imagino que, a la ruptura de estos sueños, a su colapso, se refería Borges cuando hablaba de fracaso. El despertar a la certeza del definitivo olvido. Pero, bueno, consolémonos, estando aún vivos siempre cabe la resurrección, volver a conciliar un nuevo sueño.

Por eso ahora me ha dado por arrojar mensajes al mar en el interior de botellas. Aunque el mar ya esté lleno de ellas.

 

NOTAS:

[1] José Luis Borges. “Quince monedas” en La rosa profunda, Buenos Aires: Emecé, 1975. Disponible en: Quince monedas, por Jorge Luis Borges | poemas, ensayos y cuentos en Poéticous (poeticous.com)

[2] Fragmento de la entrevista realizada a Jorge Luis Borges por Gloria López Lecube en el programa “A Cuatro Manos” dado en la radio FM La Tribu, 1985, minuto 2:30. La entrevista puede hallarse íntegramente en: https://www.ivoox.com/entrevista-a-borges-programa-a-cuatro-audios-mp3_rf_2322185_1.html