Como suele ocurrir con muchos autócratas, Narendra Modi, primer ministro de la India desde 2014 hasta la fecha, cultiva en torno a su persona una envoltura, casi impenetrable, tejida con los hilos del mito, la magia y el misterio[1]. No obstante, para permear esta coraza de triples emes, contamos con los esclarecedores hechos de su biografía política.
Quizá, para comenzar a situar su figura política podríamos comenzar diciendo que Narendra Damodardas Modi nació el 17 de septiembre de 1950 en Vadnagar, ciudad de unos 30 mil habitantes al norte del estado de Gujarat. Su familia pertenecía a la clase media baja[2], de hecho, su padre se ganaba la vida regentando un modesto puesto de té en la estación de ferrocarril. Sin embargo, la verdadera familia de Modi no fue la paterna, sino la hallada en la RSS, siglas de la Rastriya Swayamsevak Sangh, organización en la que ingresó a la edad de ocho años[3]. Durante los siguientes treinta y siete, Modi fue desempeñando diferentes cargos en la organización, ganando con tesón poder y prestigio[4]. Así, cuando en 1995 el BJP conquistó la mayoría de los escaños en la Asamblea de Gujarat, el entonces líder estatal del partido, Keshubhai Patel, se convirtió en Ministro Principal del Estado de Gujarat. Buena parte del mérito en la victoria le fue atribuido a Modi, a quien Patel hubo de conceder un suculento bocado de poder en su administración.
No tardaron en aparecer las rivalidades entre los dos líderes y, a finales de la década, Patel consiguió librarse de Modi enviándolo a Nueva Delhi, donde aparentemente ascendía de nivel, al ocupar la dirección nacional del Bharatiya Janata Yuva Morcha, BJYM, «Frente de la Juventud del Pueblo Indio»[5], la organización juvenil del BJP. Sin embargo, Modi no perdió de vista su objetivo, que no era sino ganar el poder en Gujarat. Así, desde Delhi, planificó meticulosamente el desplazamiento de Patel de su liderazgo en el partido estatal, cosa que consiguió en el otoño de 2001 cuando logró reemplazar a Patel como candidato del partido y, tras ganar las elecciones, proclamarse Ministro Principal de Gujarat.
A partir de ese momento, su gobierno se transformó en una experiencia clave para construir el modelo de sistema político que, basado en cinco claves, habría de servir para la conquista del poder de la república. Me dispongo a describir ahora, aunque de manera breve, cada una estas cinco claves que, a mi juicio, constituyen no solo la espina dorsal del poder de Modi en la India, sino, adaptadas a las realidades de cada país, son las estrategias básicas empleadas por las actualmente llamadas. No sin buenas dosis de ironía, «autocracias electas».
UNO. Tiranía de la mayoría: la sociedad del odio.
Fundada en 1925 a imagen y semejanza de los Camisas Negras de Mussolini, la RSS mantiene desde su origen, como misión primera, convertir la India al ideal doctrinario del supremacismo hindú, quintaesencia de los valores constituyentes de la esencia nacional india. Para ello, con verdadero fervor misionero, los «predicadores»[6] de la RSS recorren el enorme territorio indio hasta sus últimos rincones. Mediante la creación de una profusa red de sedes a modo de clubes sociales, los jóvenes de religión hindú son formados en el plano físico y ahormados en el intelectual. Allí se les adiestra en las artes marciales ancestrales y se les ofrece adoctrinamiento político mediante cursos y seminarios impartidos por los adoctrinadores de la RSS, militantes entregados por entero a la causa incluso a costa de renunciar a cualquier otra actividad profesional e, incluso, a formar una familia.
Las ideas recibidas en estos centros de adoctrinamiento constituyen la hindutva, mucho más que un conjunto de convicciones aplicables al campo de las opiniones políticas. El término fue acuñado en los años veinte por el político nacionalista Vinaiak Dámodar Savarkar (1883-1966). Radicalmente enfrentado a Gandhi, el ideario propuesto por Savarkar apostó por la lucha armada como única vía factible para alcanzar la independencia, desarrollando además una ideología política que podría denominarse nacional-hinduista, la hindutwa[7].
Más que una ideología de corte nacionalista, la hindutva es una creencia, una fe, una forma de experiencia vital fijada desde la infancia hasta el punto de asimilarse como manifestación única y excluyente de la identidad nacional india. El término, podría ser traducido como «hinduidad», pero no se trata solo de asumir la fe hindú[8] a la hora de adquirir la identidad india, su significado va más allá del sentimiento religioso. En términos herderianos, diríamos que la hindutva hace referencia al volksgeist del pueblo indio, cuya primera condición necesaria es la de ser hindú, pero no basta con eso.
Políticamente, la hindutva sitúa al hinduismo en el núcleo de la identidad india, sí, pero a su vez exige un compromiso sagrado con la militancia activa de un nacionalismo supremacista y un esfuerzo decidido para su expansión a toda la población presente en el territorio. Es decir, la hindutva exige del hinduismo y del nacionalismo para poder ser propiamente llamado indio, pero, además, es necesaria una militancia activa en ambos sentidos. No se trata de una expansión pacífica y paciente, se trata de purificar la India imponiendo el hinduismo de forma combativa y violenta. Purificar el tejido social de lo que le sea ajeno y ajeno es todo cuanto no es hindú, aunque ello exija la persecución sistemática de cualquier rasgo cultural diferente, porque su sola presencia es hostil. Ocupa ilegítimamente un lugar del cuerpo social, como una forma odiosa de colonialismo, de infestación parasitaria o de contaminación cancerosa.
Este nacional-hinduismo se contempla a sí mismo, de manera cierta y excluyente, como la síntesis cultural de todo cuanto es esencialmente hacedor de la identidad india. En este orden de cosas, los hindúes son los descendientes directos de la etnia original y, por tanto, legítimos herederos del sagrado suelo ancestral. Desde esta perspectiva, el resto de la extraordinaria diversidad étnica y cultural de la India es invasora, bastarda y advenediza.
Aunque la mayoría de la población sea hindú, la India es el país más diverso de la tierra, conteniendo un sinfín de religiones, etnias y culturas. Todas sobrantes, todas ilegítimas, todas perseguibles y exterminables por atentar contra la pureza de aquello sagrado que constituye la «hinduidad». Todas las minorías culturales, en especial los musulmanes, pero no solo ellos, han de ser considerados ocupantes ilegítimos, no ciudadanos. Si no adjuran de sus creencias, no adoptan plenamente el modo de ser hindú, si no abrazan la hindutva, han de ser tenidos por enemigos de la nación, carne para la discriminación o, yendo aún más lejos, acreedores al pogromo.
En el otoño de 2002, durante la campaña electoral al parlamento estatal, Modi impuso su retórica supremacista, basada en reiteradas invectivas contra el islam en general, contra los ciudadanos musulmanes de Gujarat en particular y contra el vecino Pakistán, el codicioso enemigo exterior, incansable instigador de todos los males habidos en los diferentes ámbitos de la vida política y económica del estado.
Le resultó sencillo convencer de ello a una población muy resentida por las desigualdades, en busca de la cabeza de turco culpable de sus padecimientos. Modi logró durante la compaña erigirse como el gran defensor de los hindúes, los únicos y verdaderos ciudadanos de la India, llegando a ser proclamado por la propaganda: hindu hriday samrat, हिन्दू ह्रदय सम्राट en hindi, «emperador del corazón hindú».
La imagen de liderazgo en la defensa de los intereses de las «injustamente oprimidas mayorías por los criminales complots de las arteras minorías», estaba ya en la panoplia de los principales recursos para los grandes dictadores del siglo XX y configura el primer objetivo a conquistar por todo autócrata que se precie.
Seis meses después de lograr la victoria en las elecciones comenzó la violencia. El 27 de febrero de 2002, los dos vagones de un tren donde viajaban nacionalistas hindúes de regreso de una yaatra a la ciudad de Ayodhya, fue atacado en la estación de Godhra. El tren acabó incendiado y el número de los muertos ascendió a 58, muchos de ellos eran niños.
El asalto fue atribuido a una turba de musulmanes locales y, desde ese instante, la ola de represalias se desató como un tsunami. Ante la pasividad de las fuerzas del orden, miles de hindúes, incitados por agentes de la «Brigada Bajrang»[9], uno de los más feroces brazos armados de la hindutva, comenzaron una matanza que acabó con la muerte de unas dos mil personas. Cientos de hogares fueron destruidos y decenas de miles de musulmanes hubieron de huir del estado, siendo concentrados en insalubres campamentos como si se tratase de refugiados procedentes de otro país, no como verdaderos ciudadanos de la India.
En enero de 2023, la BBC Two emitió el documental titulado India: The Modi Question, «India: La cuestión de Modi». El documental recogía en dos partes la trayectoria de Modi desde su elección en 2001 como Ministro Principal del Estado de Gujarat hasta la actualidad. En el documental se daba difusión al informe encargado por el Ministerio de Asuntos Exteriores británico en 2002, justo después del pogromo. El documento, oculto durante 21 años, corroboró lo que activistas, periodistas, abogados y testigos, incluidos dos altos cargos de la policía, llevaban años diciendo.
El informe sitúa en derredor de 2.000 el número de las personas asesinadas y otorga a la masacre todas las características de una limpieza étnica planificada. Si bien las investigaciones sobre el asalto al tren de Godhra fueron desarrolladas con total diligencia para demostrar prontamente la autoría de los musulmanes, las concernientes a los disturbios posteriores fueron sistemáticamente obstaculizadas y muchas de ellas no progresaron.
Los funcionarios estatales, coordinados al más alto nivel por el propio Modi, se encargaron de obstruir la acción de la justicia. En 2002, Human Rights Watch, en su informe sobre los disturbios, citó a un oficial de policía que denunció la ausencia de órdenes para salvaguardar la vida de los musulmanes. A la policía se le prohibió investigar a ciertos líderes del BJP, a pesar de que los registros de sus teléfonos móviles los situasen en lugares donde hubo matanzas y muchos testigos los vieran entregar armas a la multitud.
Obstruida la acción policial, los jueces desestimaron muchas causas por falta de pruebas. Además, la acción de la justicia dentro de Gujarat se vio obstaculizada continuamente, hasta verse estancada en un pantanal legal irresoluble. Los activistas pro-derechos humanos, los testigos de cargo y hasta los fiscales fueron acosados por parte de las autoridades y coaccionados mediante amenazas de todo tipo.
Como era de esperar, el documental de la BBC fue prohibido en la India tan solo un mes después de su emisión en Inglaterra. Las oficinas de la BBC en Delhi y en Bombay fueron sitiadas por la policía y sometidas a intervención por parte de la inspección fiscal, deteniendo así su actividad periodística. También lo fueron las oficinas de Oxfam, las de Amnistía Internacional e incluso los domicilios y las oficinas de algunos políticos de la oposición. Significativamente, acabaron siendo intervenidas todas las ONG independientes, pues, evidentemente, quien no depende de Modi, está en su contra.
Por otra parte, Modi fue absuelto por el Tribunal Supremo de todas las acusaciones que lo hacían responsable del pogromo, pero quienes apelando a las pruebas halladas y a los innumerables testimonios encontrados se atrevieron a acusarle, ya se tratase de activistas o de policías, están en prisión o se enfrentan a implacables procesos disciplinarios o penales.
Modi no solo consintió los desmanes, sino que aprovechó la situación para disolver de manera anticipada la Asamblea del Estado y convocar elecciones legislativas en plena exacerbación de los ánimos nacionalistas entre la población hindú, un contexto sumamente propicio para salir reforzado. Una vez más, hubo elecciones estatales y la aborrecible amnistía formó parte de la campaña electoral y el BJP volvió a triunfar[10].
Doce años después de la masacre, en 2014, Modi dio el salto de la política estatal a la federal, resultando elegido Primer Ministro de la India por primera vez. En los diez años transcurridos desde entonces, el país más plural de la tierra ha cambiado hasta aparecer irreconocible. La república aconfesional, cuya vocación demócrata se halla consagrada en la constitución, ha dejado de existir en gran medida. Más allá de los grandes enunciados constitucionales, en el plano de la práctica legislativa más apegada a lo cotidiano, la India se ha convertido en un Estado teocrático, corporativo y vigilante hasta la paranoia.
Los movimientos de izquierda o los ecologistas han sido expulsados de la escena pública. Ahora no se habla de la lucha por la desaparición del sistema de castas, ni de la pobreza inmisericorde de millones de ciudadanos, ni de los ríos moribundos, ni de la desaparición de bosques y glaciares. Todas esas preocupaciones han sido extirpadas del imaginario ciudadano, sustituidas por la obsesiva purificación del suelo patrio de todo cuanto sea diferente a lo hindú y también por el pavor de ser tenido como objeto de tal obsesión. Para evitarlo, ya no solo es necesario confesar el propio hinduismo, sino entregarse a los actos purificadores exigidos por la hindutva: la violencia y la delación entre vecinos.
Las redes de vigilancia hinduistas actúan como ya lo hicieran sus homólogas en la Alemania de Hitler o en la Cuba de Castro. En connivencia con las organizaciones paramilitares insertas en la Sangh Parivaar, constituyen una auténtica policía sociocultural, velada y omnipresente[11]. Los delatores se encuentran en todos y cada uno de los ámbitos cotidianos. En los comercios y en las calles, en las escuelas y en los campus universitarios, en las empresas, en las administraciones públicas y, lo más terrible, entre las propias familias, en el seno de los hogares.
Sumergidos en una realidad delirante, se llega al extremo de evitar la denunciada como «yihad del amor», impedir por todos los medios, incluida la extorsión y la violencia al más puro estilo mafioso, que los musulmanes frecuenten a las hindúes, evitando así su conversión al islam. Por supuesto, no son pocos los estados gobernados por el BJP que aprueban leyes para dificultar los matrimonios interreligiosos y las consiguientes conversiones. La delación también combate la llamada «yihad de la tierra», para disuadir de alquilar o vender viviendas a musulmanes en los barrios considerados hindúes, forzando con ello la creación de guetos. Así, en esta sociedad del odio, el nacionalismo excluyente de Modi, todo aquello diferente de lo hindú va siendo relegado al estatuto de una ciudadanía de segunda clase, en los márgenes de la sociedad de primera[12].
La democracia es la forma política que la diversidad se otorga para armonizarse a sí misma manteniendo la cohesión en una social plural. Desaparecida la pluralidad, la democracia es innecesaria y la autarquía aparece como la forma legítima y eficaz de regir la homogénea pureza de la etnia y la cultura, fundamentos naturales de una nación fundamentada en la uniformidad.
No obstante, cuando los musulmanes, los cristianos, los sijs, los budistas, los defensores de los derechos humanos y los demócratas laicos desaparezcan, entonces, habrá llegado la hora del caníbal, porque la adicción al odio no habrá desaparecido de la sociedad y el purificado cuerpo social comenzará a fagocitarse. La purga sucederá a la persecución, eso nos enseña la historia.
DOS: En nombre del liberalismo económico.
A partir de 2003, siendo todavía Ministro Principal del estado de Gujarat, Modi desarrolló otra fundamental tarea política en paralelo a la uniformización cultural de la sociedad. Se trataba de la transformación de la economía, debiendo para para ello erigirse en el vikas purush, el «hombre del desarrollo», título que venía a sumarse al recientemente conquistado tras el pogromo, el ya enunciado hindu hriday samrat, «emperador de los corazones hindúes».
Como siempre, todo comenzaba mostrando al pueblo a los culpables de sus vicisitudes. En este caso, los responsables de todos los males de las maltrechas vidas de cientos de millones de indios resultaron ser las viejas élites acaparadoras de la riqueza, entregadas a satisfacer sus propios intereses y los del capitalismo multinacional. En eso, por otra parte, no le faltaban grandes dosis de razón. Se emprendió entonces una agresiva campaña contra estas élites bajo la cobertura de un impecable argumento: liberalizar el mercado hasta situarlo en una verdadera libre competencia. Abolir los privilegios de la vieja élite para crear una situación en la cual los hasta ahora excluidos pudieran acceder a la riqueza en igualdad de oportunidades. De esta manera, sin pudor alguno, el autócrata y teócrata Modi, abrazaba el liberalismo de libre mercado como doctrina económica.
Su andadura en esta senda comenzó ya en su etapa de Ministro Principal de Gujarat. Fue entonces cuando, aprovechando el Vibrant Gujarat, el «Gujarat vibrante», un foro bianual en el que se dan cita representantes de los sectores de negocio más importantes del estado, comenzó a forjar la que sería años después su política económica para toda la república. En este sentido es necesario saber que de Gujarat son oriundos algunos de los clanes familiares más ricos e influyentes de la India, como, por ejemplo, los Tata o los Ambani, entre otros.
La economía de Gujarat se sostenía fundamentalmente en la existencia de pymes a las cuales los anteriores gobiernos del estado habían estado apoyando con mayor o menor fortuna. Llegado al poder del estado sin embargo, Modi comenzó a ocuparse de quienes ciertamente eran «los suyos» e inició una política orientada a deshacerse de un capitalismo que en nada le era afecto y a sustituirlo por otro absolutamente sujeto a su voluntad. Ese planteamiento se vertebró en un doble objetivo.
Primero, acometió una serie de megaproyectos de obra pública, mediante los cuales creó vínculos con las grandes compañías de construcción. Segundo, enarbolando la bandera del liberalismo económico, pero de forma bastante similar a lo realizado en China por Jiang Zemin y su «economía de mercado comunista», creó decenas de «zonas económicas especiales», territorios dentro de la propia Gujarat liberados de tasas fiscales. El objetivo, era atraer a los grandes inversores a cambio de financiación para sus campañas electorales, una tasa mucho más barata para las empresas que el impuesto proveniente del estado a la luz de la ley.
Sin embargo, no fue esta medida la más rentable para los propósitos políticos de Modi. El dinero proveniente de las grandes empresas solo dudaría el tiempo que durase la obra pública, era necesario que el fujo de financiación para el partido durase eternamente. La utilización partidista de la economía fue más allá que la de ofrecer condiciones atractivas a la inversión de grandes capitales, Modi favoreció el ascenso de pequeños y medianos empresarios gujaratíes, hasta transformarlos en verdaderos oligarcas a su servicio, adquiriendo con esta servidumbre una entrada constante de enormes recursos económicos. Un clientelismo cuyo modelo importó de Rusia y de China.
La experiencia resultó todo un éxito y fue más fácil de lo que a priori se hubiera podido pensar. La supuesta liberalización de la economía, tan cacareada por el «hombre del desarrollo», resultaba ser todo lo contrario. Enarbolando la bandera de la lucha contra la restricción de un mercado acaparado por las élites tradicionales, políticamente adscritas al Partido del Congreso y por tanto hostiles, consiguió el florecimiento de una nueva élite, pero su aparición no suponía la creación de una más libre competencia en el mercado, sino todo lo contrario.
Socialmente considerado, este nuevo capitalismo se emancipaba del estado de derecho y de su comprensión como redistribuidor de la riqueza, para entrar al servicio exclusivo de los avatares y necesidades del autócrata. Desde el punto de vista de la doctrina económica, el mercado era cerrado a un nuevo capitalismo afecto en todo al autarca, generándose una economía proteccionista a ultranza, en las antípodas del liberalismo.
Este capitalismo clientelista de corte mafioso al servicio del capo, logrado por Modi en Gujarat entre los años 2001 y 2014, adquirió una nueva dimensión desde su llegada al poder federal ese año. La implantación clientelar a escala estatal supuso un trabajo cuyo éxito sorprende ciertamente por la rapidez con la cual se alcanzó, pero trasponer ese «modelo» a la escala nacional, supuso un esfuerzo ciertamente titánico, sobre todo si tenemos en cuenta la fuerza de los adversarios y el hecho de que los beneficiados fueron muy pocos, prácticamente quienes ya le acompañaban en Gujarat, un puñado de familias cuya lealtad ya se había demostrado inalterable.
En todo este proceso resulta paradigmática la figura de Gautam Adani, quien, partiendo de una modestísima empresa, se ha convertido de forma meteórica en un megamagnate, a consecuencia de ser el principal beneficiario de las privatizaciones de grandes infraestructuras realizadas por el gobierno de Modi. La contrapartida necesaria para su ascenso no es difícil de entender. Financiación sin límites de las campañas electorales, así como de las necesidades del BJP y de su líder.
La legislación transformada a la medida de los intereses del autarca, fundamentalmente gracias a la nueva ley de financiación de los partidos políticos aprobada en 2018. Mediante la emisión de los llamados «bonos electorales» la ley permitía a los donantes mantener su absoluto anonimato, manteniendo en secreto una información vital para los electores, al menos en una democracia plena. Valiéndose de estas argucias, Modi pudo gastar más de 3.500 millones de US$ entre los años 2019 y 2021, una cantidad imbatible de dinero que le permite seguir dominando los flujos de opinión entre el electorado, pudiendo dotar a su aparato de comunicación con las técnicas más sofisticadas, comprando, además, cuantas voluntades fueran necesarias.
Tras diez años en el poder, la cacareada reforma del capitalismo indio mediante su liberación de las viejas élites, la supresión de impuestos y la derogación de leyes que garantizaban la protección de los derechos laborales, han redundado en un crecimiento de la macroeconomía, pero no en un beneficioso reparto de la riqueza para todos.
Por otro lado, desde la lógica de los principios liberales, el plan de Modi no sirvió sino para destrozar toda posibilidad de una real libertad de mercado, basada, no lo olvidemos, en la libre competencia. La economía del estado bajo los designios de Modi tiende a convertirse en un enorme monopolio encriptado, sometido a la voluntad del autócrata y a sus enormes necesidades dinerarias.
La India es un país muy rico, lleno de gente muy pobre[13]. Pero, en la India de Modi, el malestar que esta desigualdad genera de manera inevitable entre una enorme cantidad de personas, no se dirige a la supresión de las causas reales de este estado de cosas, sino que, convertido en resentimiento, se proyecta hacia las minorías sujetos del odio, origen de todo mal. Los 170 millones de musulmanes, el 14% de la población, suelen ser los sospechosos habituales con sus oscuras conjuras dirigidas a boicotear el desarrollo y a subvertir el «orden natural» de la sociedad hindú. También las castas intocables, los 200 millones de dalits, remoras sociales cuya «naturaleza subhumana» las hace indignas de la ciudadanía y las expulsa de toda justicia social, merecedoras de ser situadas en la miseria según el «sabio» designio de la hindutva. Solo bajo el benigno designio de la democracia, esta minoría de 370 millones de personas, más de ocho veces la población de España, tendrían el derecho a una existencia digna, integrada en el tejido común de la ciudadanía en el demo.
TRES. El dominio del relato.
Saturar con su voz el espacio público, es la más perentoria necesidad de todo buen demagogo y eso siempre ha salido caro, pero en el caso de Modi, dada la dimensión de la India y la nueva naturaleza del empeño, lo es mucho más. Con los medios de su época, Goebbels consiguió anestesiar a la opinión pública alemana y cegarla a la verdad. Pero en la era de las autocracias electas el reto es mucho mayor, sobre todo cuando se trata de hacer que 968 millones de ciudadanos introduzcan la papeleta «correcta» en la urna.
Como primera medida, Modi prescindió del aparato oficial de propaganda del BJP y buscó su relación directa con los electores. Aquí reside la principal diferencia con los métodos anteriores a la aparición de Internet y de las redes sociales. Recordando el viejo axioma comunicacional de Lasswell, diré que la bala ya no tiene que ser mágica, con las nuevas y sofisticadas tecnologías se ha transformado en un dardo lanzado con mira telescópica, pero su uso dista de ser gratuito, solo se halla al alcance de quienes tienen dinero y poder suficiente.
En las elecciones estatales de 2007 y 2012, fue cuando el PJB comenzó la adopción de las nuevas formas de propaganda. Era la primera vez que Modi contrataba asesores de comunicación, tanto indios como norteamericanos, de cuya inteligencia surgió el uso eficaz de las nuevas metodologías de manipulación social.
En campo de los medios tradicionales, prensa, radio y televisión, el nuevo poder autocrático se aplicó a la reducción de la diversidad de las líneas editoriales, factor que constituye buena parte de la riqueza democrática una sociedad. Para triunfar en esta labor, los grupos de comunicación iban siendo dominados por oligarcas afectos al régimen. Adueñarse de los medios por esta vía, sobre todo de los más críticos como NDTV, ahora en la dócil órbita del grupo Adani, ¿cómo no?, ha constituido una de las tareas fundamentales del autócrata[14].
Con machacona insistencia, los medios tradicionales se han esforzado en mostrar a Modi, no sólo como el defensor interno del nacionalismo hindú, sino también como el impulsor de la India a la categoría de potencia global, con un lugar reservado entre las grandes potencias de la Tierra. Los medios atribuyen al autócrata el mérito exclusivo de haber convertido a la India en el primer país en aterrizar con éxito en el polo sur de la luna o de haber lanzado una sonda para el estudio del Sol. También se le otorga el mérito de convertirla en una potencia económica y militar, capaz de codearse de tú a tú con las más poderosas naciones del mundo.
La codicia del capitalismo global no ha tenido poca responsabilidad a la hora de entender el éxito habido por la campaña de imagen creada para Modi, presentándolo en el interior del país como uno de los grandes estadistas del mundo actual. El enorme mercado que supone la India y su capacidad demográfica, económica y militar, la convierte en un socio crucial para Estados Unidos en su competencia con China. Por eso, aunque durante la administración de George W. Bush, se le prohibió el ingreso en los Estados Unidos por su implicación en la masacre de Gujarat, tras convertirse en jefe de Estado, fue recibido con alfombra roja en Washington por las administraciones de Obama, Trump y Biden. Esta interesada legitimación otorgada por Occidente a su liderazgo permite al autarca elevar su imagen doméstica al nivel de los grandes estadistas, máxime, cuando no duda en coquetear con Putin para dar la impresión de ser la pieza imparcial y clave en la pacificación de la geopolítica actual.
Pero si el dominio de los medios tradicionales y la coacción de la libertad de expresión son estrategias imprescindibles para su gobierno, es en el uso sistemático y masivo de las redes sociales y de la Web donde debemos entender la nueva forma de manipulación populista.
De manera encubierta, el poder debe comprar enormes cantidades de datos a las grandes redes sociales y a los buscadores. Información precisa sobre hábitos, gustos e inclinaciones de todo tipo, incluidas las políticas. Estos datos han de ser adquiridos y procesados mediante un enjambre de empresas y centros digitales emisores de noticias, consignas y bulos dirigidos con precisión sorprendente según los perfiles obtenidos, para mantener viva una forma de entender la sociedad afín al régimen[15].
No importa la realidad, no importa la verdad, importa el relato que ofrecer para la lectura del mundo. Hacer contemplar las cosas, y sentirlas, según las quiere el poder. Todos los ciudadanos, incluidos quienes se hallen en la oposición, recibirán los impactos de estos precisos dardos, los fanáticos verán reforzado su fanatismo, los indecisos serán discretamente animados a dar el paso apropiado y los reacios serán confundidos, pero todos recibirán su mensaje desde el gigantesco sistema de manipulación.
Por esta razón, bien asesorada por los expertos contratados, reconociendo la necesidad de diversificar su discurso vertebral de nacionalismo hindú, la autocracia lo matiza en relatos adaptados a las necesidades del público objetivo. Desde el nuevo aparato de propaganda digital, miles de falsas cuentas emiten su repertorio en las redes sociales. Se potencia el registro del autarca como hombre fuerte, protector del país frente a Pakistán, convertido definitivamente en el villano de esta narración de tribulaciones y asechanzas, confeccionada mediante la adopción de verdades, exageraciones y mentiras. También se refuerza la carga contra las viejas elites económicas y políticas, potenciando su imagen corrupta, mostrándolas vendidas al capital multinacional y, en definitiva, siempre traidoras a los intereses de la nación. La dedicación al enemigo interior es un clásico, tanto contra los grupos como hacia los individuos opositores, cuyo nombre es denostado en una miríada de mensajes imposibles de perseguir ni borrar, dejando al «ciudadano disidente» sin posibilidad de defensa, condenado al papel de traidor en este perverso juego del nuevo género literario, la ficción de propaganda.
A diferencia de lo que ocurre en democracia, donde del análisis ecuánime de la realidad ha de surgir el acuerdo entre la pluralidad de ideas, la realidad y su análisis desapasionado poco importa al demagogo. La manipulación de masas solo debe imponer su relato, aunque se aleje de las situaciones y necesidades acuciantes, de los reales problemas y de sus verdaderas causas. Solo son necesarios buenos relatos que aviven los sentimientos y urdan la trama gruesa que divide a la sociedad entre los buenos y los malos.
CUATRO: Golpes de mano al establishment político.
Modi y sus asesores, crearon una de las falacias más socorridas y necesarias en la panoplia de la nueva autocracia electa. La de ser víctima constante del establishment constituido en democracia. Una vez más, como en otros muchos terrenos, Modi nos muestra el camino para desmontarla. Ya como Ministro Pincipal del estado de Gujarat, comenzó su ataque contra el gobierno del Partido del Congreso, encabezado por su entonces líder Manmohan Singh, acusándolo de representar la continuidad de Gandhi y de Nehru, cuya perversa influencia cosmopolita y en consecuencia «antihindú», era transmitida a través de Sonia Gandhi, heredera natural del clan y cabeza de un partido corrupto, exclusivamente creado para la defensa de su propia ganancia, al servicio de los poderes multinacionales y contrario a los intereses de la India.
Desde Gujarat, su ataque contra el establishment político fue inmisericorde e incansable, incluso saltándose la autoridad de los líderes nacionales del BJP, superándolos en radicalidad y asumiendo sus funciones de oposición[16]. Encarnada en un nacionalismo a ultranza, su acusación partía siempre de los mismos principios. Las viejas élites políticas y económicas, embarcadas en un elitismo cosmopolita no exento de veleidades proislamistas, se habrían distanciado del sentir de la nación, involucrándose en espurios intereses particulares, de partido y multinacionales. A diferencia de estas élites insolidarias y despóticas, Modi se presenta como un hombre proveniente de la plebe, un «hijo de la tierra», el adalid del pueblo y de sus derechos.
Pero este no es el único golpe de mano dado a las élites dirigentes por Modi. En efecto, en su camino hacia el poder le era necesario apartarse de los ámbitos de poder ya constituidos en su propia familia, en el seno del Sangh Parivaar y el BJS, su propia gente. Su modus operandi, rompía la férrea estructura jerárquica, casi militar, de la RSS. En este sentido, Modi necesitó de una prolongada noche de los cuchillos largos para deshacerse de la oposición instituida en la cúpula de su propio partido. Fue un proceso de años contra el establishment del BJP hasta lograr su docilidad completa.
Incapaces de frenarlo en el seno de un partido ampliamente sobornado y conscientes de su arraigo popular, llegadas las elecciones de 2014, los barones de la RSS y del BJP no tuvieron más remedio que aceptar su candidatura al cargo de Primer Ministro. Su victoria en las elecciones de 2014 culmina el proceso de personalización cesarista en el gobierno del partido, encarnado ahora por completo en la figura de su líder.
CINCO: La batalla por el poder judicial.
Cuando accede al poder de la república, Modi había tenido tiempo sobrado de concebir un eficaz sistema para imponer su dominio. En primer lugar, empleaba con temible eficacia una retórica populista basada en la hindutva, la doctrina capaz de seducir a una mayoría dentro de la mayoría hindú. Al mismo tiempo, el control de los medios de manipulación de masas le permitía difundir su relato impregnado de consignas populistas, de bulos difamadores de la oposición y denuncias mostrando las asechanzas de los eternos enemigos de la India, siempre en vela. También había desarrollado las formas de apropiación de la economía, creando un nuevo orden del mercado basado en la sustitución de la vieja plutocracia por otra de nuevo cuño, cuya única fuente de medranza se establecía en su dependencia directa del líder. Finalmente, Modi tejió la penetración hacia el absoluto sometimiento de sus propias filas pues, conseguida una relación directa con el ciudadano adepto, se hallaba emancipado de la servidumbre al Sangh Parivaar, situando incluso al BJP en la clientela de su figura.
La última característica de la experiencia adquirida en Gujarat entre los años 2001 y 2014, atañe a la apropiación personalista de los poderes del estado. No solo se trataba de gobernar por completo el consejo de ministros, transformado en un conjunto de figuras de segundo orden, de escasa competencia y prestas al juramento sin ambages de fidelidad al «emperador del corazón hindú».
No solo se trataba exclusivamente de domeñar al poder ejecutivo, lo cual por otra parte resulta ser lo habitual, su voluntad se impuso en la confección de las listas de candidatos a diputados, que no fueron elaboradas según cuotas de poder en el partido, sino recibiendo el beneplácito de Modi nombre por nombre, obteniendo así una colección de hombres de paja que le debían su elección, su permanencia en el escaño y su posibilidad de medrar en política. Por ello, la Lok Sabha, la «Asamblea del Pueblo», la Cámara Baja del Parlamento, donde el BJP obtuvo la mayoría absoluta por primera vez en su historia, se convirtió en una representación de brazos de madera, donde, como títeres de su amo, los parlamentarios votaban según las órdenes directas de Modi.
Hasta aquí, verdaderamente, no hubo mucha diferencia con lo que suele ocurrir en las democracias cuando un partido obtiene la presidencia del gobierno y la mayoría absoluta en las cámaras. Pero Modi no paró ahí. Conseguidos el legislativo y el ejecutivo, pasó a desestabilizar algunas instituciones clave, como la Oficina Central de Investigaciones, versión india del FBI, o el Banco de Reserva de la India, cuyos presidentes fueron sucediéndose en cascada durante dos años, hasta conseguir una dirección a su acomodo. Por si estas maniobras de ocupación del Estado fueran pocas, en las pasadas elecciones de junio de 2024, en virtud de una ley aprobada en diciembre de 2023, fue cambiada la composición del equivalente a nuestra Junta Electoral Central, el organismo hasta ese momento independiente encargado de vigilar la legalidad en el desarrollo de las elecciones al más alto nivel. Dos de sus tres miembros fueron designados por el Parlamento, lo que, dada la mayoría absoluta del BJP, daba ventaja a su candidato en todos cuantos conflictos surgiesen durante las elecciones.
Pero la principal batalla de la autarquía contra la democracia en la India se libra sin duda en los terrenos de la independencia del poder judicial, el último de los tres grandes poderes del Estado por conquistar. No emanado directamente de la voluntad popular, resultó ser un duro hueso de roer en el pulso mantenido entre el autócrata y los defensores de la división de poderes.
La experiencia adquirida en el pogromo de 2002 determinó el orden de las batallas necesarias en el asalto a la institución. Sus primeros objetivos fueron las fuerzas del orden y la fiscalía. En el caso del pogromo, se ascendió a los policías que habrían permitido la «lección» dada a los musulmanes y a los fiscales que impidieron la persecución de sus responsables. Al mismo tiempo, eran relegados quienes se habían resistido al encubrimiento en una y otra fase del proceso. Paralelamente, se sobornó y extorsionó a cuantos funcionarios eran necesarios para transmitir la autoridad de Modi.
Así pues, las intimidaciones e infiltraciones fueron las armas del autarca frente a las instituciones de orden público y justicia. En cada oportunidad, la actuación de Modi ha sido similar. Primero, aparecen los intentos de compra del funcionario o juez. El capitalismo clientelista posibilita los suculentos sobornos de los servidores del Estado. Pero no solo se trataba de entregar irresistibles cifras de dinero, la estrategia con mayor poder de corrupción consiste en prometer altos puestos directivos en las empresas clientes de la trama. Las famosas «puertas giratorias», todo un clásico.
Si nada de esto funciona, entonces se presiona mediante una campaña de desacreditación para justificar el reemplazo del funcionario díscolo o conseguir su dimisión. Cuando el puesto queda vacante, alguien adicto al autócrata ocupa el cargo. En muchos casos, se trata de un hombre al servicio de Modi ya desde Gujarat. Soborno y coacción logran triturar la adhesión a la ley, creando una sensación de desamparo frente a la voluntad del autócrata y de sus métodos mafiosos.
Cuando se sintió suficientemente asentado en el poder, comenzó el asalto de Modi a la Corte Suprema, uno de los pilares de la democracia india por su reconocida independencia con respecto de los otros poderes del Estado. Su primer ataque fue directo a la yugular de su independencia. Usando su pleno dominio del legislativo, en el verano de 2014, presentó un proyecto de ley con la intención de cambiar el modo en que eran designados los miembros del tribunal. Hasta entonces, eran nombrados de forma colegiada, por cooptación de los pares reunidos en asamblea electoral. Según la enmienda, la selección recaería en un comité de cinco personas, donde solo dos serían jueces y el resto procedería por designación del Parlamento. Modi sobreestimó su poder y la Corte Suprema pudo parar este primer ataque precipitado invalidando la enmienda por su clara inconstitucionalidad. Así pues, Modi hubo de proceder al sitio prolongado de la institución, prosiguiendo su ataque por vías indirectas.
Constitucionalmente, en la India, corresponde al jefe del ejecutivo aprobar los candidatos propuestos por el órgano colegiado de jueces electores. Hasta ahora había sido un mero trámite constitucional, pues los presidentes aprobaban las propuestas con escasas excepciones. Modi, se opuso sistemáticamente a la designación de los jueces considerados «hostiles», lo cual significó dejar vacante un número creciente de puestos y dificultar el funcionamiento del Supremo. Por más que el presidente de la Corte exigiese al gobierno la aprobación de los jueces designados por el colegio judicial, nada se hizo al respecto.
A partir de 2017, el Poder Judicial comenzó a ceder ante el creciente deterioro de la institución, resignándose a elegir solo candidatos susceptibles de ser aprobados por el autócrata. Hay en esto toda una lección a considerar, en el pulso de la autocracia frente al estado democrático, aquella nada tiene que perder, la democracia, sí. Por eso, el descrédito de las instituciones democráticas precede al triunfo del autócrata, a condición, claro, de contar con medios de manipulación suficientemente poderosos. En estos, las instituciones se presentarán como responsables de las crisis por su inoperancia, corrompidas por la inconfesable ambición de unos dirigentes ocupados exclusivamente en conservar a toda costa sus privilegios de élite, opuestos al interés del pueblo.
Mientras esta batalla se daba, nacionalistas hindúes iban accediendo a la carrera judicial, medrando en el escalafón de forma meteórica desde los tribunales locales y regionales hasta alcanzar el Tribunal Supremo. Además, la Oficina Central de Investigaciones fue utilizada para investigar a los jueces, detectando la más mínima corrupción en el desempeño de sus funciones o cualquier actividad no del todo edificante en su vida privada. Estos jueces fueron objeto de extorsión volviéndolos dóciles a los deseos y necesidades del autócrata hasta la prevaricación. Por supuesto, Modi utilizó también la zanahoria proveniente de su oligarquía, ofreciendo a los jueces que se avinieran a sus razones, prestigiosos y lucrativos «empleos post-jubilación».
En tan solo tres años, la Corte Suprema india, modelo hasta ese momento para los sistemas judiciales de las democracias, parecía superada como contrapoder. El alto tribunal validó la acción del ejecutivo incluso en los casos abiertamente inconstitucionales, como fue la ley de creación de los «bonos electorales» de 2018, que permitía la absoluta opacidad en la financiación de los partidos. También fue motivo de escándalo su clamoroso silencio cuando el Parlamento abolió el artículo 370 de la Constitución, que reconocía cierto grado de autonomía para la región de Jammu y Cachemira.
Solo cuatro años después, consumada la represión de los musulmanes cachemires desde el gobierno central, la Corte Suprema salió de su mutismo. Lo hizo el 11 de diciembre de 2023, para confirmar por unanimidad la derogación de los artículos 370 y 35ª de la constitución, al tiempo que ordenaba al gobierno de la Unión deshacer la ya innecesaria partición del estado de Jammu y Cachemira, restablecer su unidad y convocar elecciones a la Asamblea Legislativa, previstas para septiembre de 2024[17].
Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, en las pasadas elecciones de junio, el régimen recibió un severo varapalo en la línea de flotación de su sistema: la ley de financiación de partidos políticos.
Aclaremos que, en la India, a partir de 2018, cualquier persona o empresa podía comprar bonos electorales al State Bank of India, banco de titularidad estatal, por sumas que iban de las 1.000 rupias, unos 12 dólares, a 10 millones, alrededor de 120.000 dólares. Personas físicas y empresas podían adquirir de forma absolutamente anónima cuantos bonos quisieran de los emitidos por la citada entidad bancaria. Con los bonos en su poder, el comprador podía entregarlos a cualquier partido que pretendiera financiar. El partido beneficiario solo tenía que personarse en las oficinas del banco para que le fuera entregado el dinero en efectivo.
El partido de Modi defendió la ley argumentando sin pudor que de esta forma se canalizaba la financiación de los partidos políticos a través de un sistema bancario ordenado, haciendo innecesarias las donaciones anónimas en efectivo, que solían ser frecuentes hasta entonces. Según los parlamentarios del BJP, este era un sistema suficientemente transparente pues, al menos, podría saberse la identidad de los financiadores, aunque no pudiera conocerse el destino final de sus donaciones. Con esto, Modi consiguió legalizar lo que antes era ilegal, evitando a los partidos tener que blanquear cantidades ingentes de dinero entregado en negro y suprimiendo de paso los escrúpulos legales de algunos posibles financiadores[18].
La campaña electoral de 2024 en la India comenzaba el año anterior con un escándalo en torno al sistema de «bonos electorales». Algunas empresas parecían haber financiado al BJP bajo coacción. En efecto, de las treinta empresas que más bonos compraron, catorce lo hicieron estando procesadas por fraude, incluso habían sido objeto de registros policiales.
El jueves 15 de febrero de este mismo año, el Tribunal Supremo de la India, emitía sentencia en favor de quienes demandaban la invalidación del sistema de obligaciones electorales. La sentencia declaraba inconstitucional toda la legislación por la cual se permitía las donaciones anónimas a los grupos políticos. Consecuentemente con la sentencia, quedaban sin efecto legal todas cuantas disposiciones se habían elaborado para aplicarlo, por considerar que violaban en bloque el derecho a la información de los electores.
El Tribunal Supremo de la India dictaminó que el sistema de financiación ocultaba al elector tanto las fuentes de la financiación de los partidos concurrentes como el discernimiento de las razones e intereses existentes tras de las donaciones, lo cual vulnera gravemente el fundamental derecho de los ciudadanos a disponer de una información cierta y suficiente, mediante la que emitir su voto con pleno conocimiento de causa y efecto, hecho que es la base elemental de todo sistema democrático.
Jagdeep Chhokar, portavoz de la Association for Democratic Reforms (ADR), creada para la observación de la calidad de la democracia india y principal demandante en el proceso, acogió la decisión con las siguientes palabras. “Mi primera reacción es de un gran alivio, y de cierta esperanza”.
Por mi parte he de admitir que, aun manteniendo cierta desconfianza hacia las razones ocultas tras al fallo y en la ingenua pequeñez de mi lejana ignorancia, me sorprendí tanto como me emocioné cuando tuve noticia del mismo. En el sistema del poder judicial indio aún continuaba viva la resistencia. Al parecer, la lucha por la democracia en la India, la mayor del mundo, no está perdida.
¿Indefensión de la democracia frente a la autocracia electa?
La hazaña que Modi ha logrado desde 2014 no ha sido suficientemente analizada por los observadores occidentales ni divulgada por sus medios. Lo cual nos debería hacer pensar sobre nuestra peligrosamente estúpida obsesión de mirarnos el ombligo y nuestra ignorancia sobre determinados asuntos que sí nos conciernen por lejanos que puedan parecernos. Modi posee los rasgos característicos de un líder populista autoritario y la eficacia de sus métodos para asaltar los poderes y contrapoderes propios de un sistema democrático resultan de una eficacia temible. Al menos para quienes, como yo, aman a la democracia.
En pocos años, implantó en toda la India el sistema político desarrollado en su experiencia de poder en Gujarat. Las cinco dimensiones aquí enunciadas, continúan socavando los cimientos de la democracia en la India. En este sentido, resulta tremendamente inquietante que una reciente encuesta, realizada por PEW Research Center en 24 países[19], señale que, en el caso de la India, la autocracia recibe el apoyo del 67% de los encuestados y el 72% vería con buenos ojos la idea de un gobierno militar. Este es un resultado demoledor, sobre todo cuando la desafección hacia la democracia se detecta creciente y porque, a la hora de definir matices en el seno del término «líder autoritario», debemos tener en cuenta que, entre la autocracia electa y la dictadura, solo hay una palabra interpuesta. La elección aparece como último reducto antes del advenimiento del dictador.
La prohibición de las donaciones anónimas limitó la capacidad de Modi para arrollar a los otros grupos políticos en el tramo final de la campaña. La decisión judicial permitió hacer pública la lista de donantes que han estado comprando estos bonos desde que Modi los introdujo en 2018 lo cual, aún sin conocer el destino final de los mismos, suscitó la controversia entre el electorado, dado que el BJP fue el mayor beneficiario de este plan.
Finalmente, los resultados de las elecciones, en este clima de descubrimiento de los espurios orígenes de la financiación, arrojan un resultado esperanzador. Modi volvió a ganar las elecciones generales, pero el BJP solo consiguió 239 de los 303 escaños conseguidos en los comicios de 2019. Se trata de una mayoría insuficiente para gobernar en solitario, por tanto, por primera vez desde su llegada al poder deberá buscar apoyos, que solo puede hallar en sus socios de la Alianza Democrática Nacional.
Ese no parece un acuerdo difícil, pero exigirá de su parte abordar cuestiones ajenas a sus intereses electorales, como el desempleo, la inflación y las abismales diferencias habidas entre las clases sociales y las castas. Modi ha de ampliar significativamente su base de propuestas para ofrecer una serie de planes de bienestar social financiados por el gobierno, incluso en zonas rurales donde se rechaza la «liberalización» que sus políticas agrícolas suponen. La naturaleza del autócrata dista de ser negociante. ¿Hasta dónde estará dispuesto a ceder? En todo caso, cualquier coalición debilitará siempre la fuerza de una autocracia.
Los resultados han dado alas al principal partido de la oposición, el Partido del Congreso, liderado por Rahul Gandhi, que se hizo con 185 escaños. De ahí que, en sus declaraciones a la agencia EFE, Supriya Shrinate, portavoz de la formación opositora, haya declarado: «Tenemos oportunidad de formar un Gobierno. La gente de la India ha rechazado las políticas divisivas de Modi», subrayando en todo momento que las puertas de su partido están abiertas a la negociación con las demás fuerzas.
A pesar de ser jugadas bajo dopaje, siempre puede haber cambios mientras existan elecciones sin pucherazos. ¿Cuánto tiempo nos queda antes de que desaparezcan como en Venezuela? Seguramente el mismo que tarde en efectuarse la metamorfosis, del autócrata electo por sufragio manipulado al dictador aparecido gracias al dios de las aclamaciones.
NOTAS:
[1] Sobre la biografía de Modi pueden leerse, entre otras, las siguientes obras en inglés. MUKHOPADHYAY, Nilanjan. Narendra Modi: The Man, The Times, Nueva Delhi: Tranquebar, 2013. SHETH, Pravin. Images Of Transformation: Gujarat & Narendra Modi, Ahmedabad: Team Spirit, 2014.
[2] Su familia pertenecía a una comunidad de casta baja, la de los Ghanchi, tradicionalmente dedicados al prensado y venta de aceite.
[3] RSS son las siglas de la Rastriya Swayamsevak Sangh, राष्ट्रीय स्वयंसेवक संघ en hindi, que podemos traducir al español como «Unión Nacional de Voluntarios», cuya rigurosa estructuración paramilitar explica en buena medida su existencia transcurridos ya cien años de su nacimiento. La RSS es la principal organización de cuantas integran el Parivaar Sangh, परिवार संघ, la «Unión de Familias», una liga de organizaciones nacionalistas filo-fascistas. A su vez, la RSS fue la impulsora del BJP, actual partido en el poder de la India. Cas Mudde, famoso por sus trabajos sobre el auge de los populismos en Europa, considera a la RSS el grupo violento de ultraderecha más poderoso del mundo. De hecho, desde su fundación en los años veinte del pasado siglo no ha dejado de medrar y crecer en influencia, a pesar de haber sido ilegalizada en varias ocasiones, tras ser hallada responsable de diferentes atentados terroristas. Por ejemplo, fue prohibida en 1948, cuando Nathuram Vinayak Godse, miembro de la RSS, asesinó a Mahatma Gandhi, a quien la organización reprochaba su debilidad en el trato hacia los musulmanes.
[4] Modi juró lealtad a la RSS al llegar a la mayoría de edad en 1968. Pasó entonces a trabajar en la sede central de la RSS en Ahmedabad, la ciudad más importante del estado de Gujarat. Con 22 años fue nombrado pracharak, especie de conferenciante predicador de las doctrinas del partido. En 1975 pasó a la clandestinidad, ocultándose durante el periodo de prohibición decretado por Indira Gandhi contra la RSS. Ocupó varios cargos de ámbito regional en el partido hasta que, en 1981, fue nombrado prant pracharak, coordinador provincial del Parivaar Sangh. En 1986, Modi fue transferido al BJP Bhaarateey Janata Paartee, भारतीय जनता पार्टी en hindi, en español «Partido Popular Indio», fundado en 1980. En el Partido Popular Indio ocupó el cargo de secretario de organización. Desde este cargo organizó una serie de yaatra, यात्रा, «viajes», palabra empleada por el BJP para designar las marchas organizadas como alardes de poder y con la intención de intimidar en la demanda de reivindicaciones. Modi organizaba los grupos que, partiendo de Gujarat se unían a las marchas nacionales. Así fue como en 1991 llegó a convertirse en responsable de la Ekata Yatra, एकता यात्रा, el «Viaje (o Peregrinaje) de la Unidad», una marcha de 3600 km que, partiendo de Kanyakumari, la población más al sur de la India, se encaminó a Srinagar, en el norte. Encabezada por el recientemente nombrado presidente del BJP, Murli Manohar Joshi, la marcha pretendía mostrar la fuerza del hinduismo como el elemento vertebrador de la unidad de la patria india y significó el ascenso de Modi al influyente cargo de organizador nacional de los «viajes».
[5] Su escritura en hindi es: भारतीय जनता युवा मोर्चा (Bharatiya Janata Yuva Morcha), BJYM, en español «Frente de la Juventud del Pueblo Indio».
[6] Su escritura en hindi es: प्रचारकस, (pracharaks), en español «predicadores».
[7] Tras la independencia, Savakar se transformó en uno de los más radicales opositores a Gandhi, al Partido del Congreso y a los movimientos de la izquierda socialista. Su figura se constituye en el más claro referente ideológico de la RSS y, por ende, inspirador del BJP, partido actualmente en el poder dirigido por Modi.
[8] En realidad, el hinduismo presenta una diversidad de religiosidades aún más cuantiosa que el cristianismo. No obstante, si se la considera una sola religión, sería la tercera más numerosa del mundo con unos 1.200 millones de seguidores, la mayoría de ellos habitantes de la India, donde constituyen el 80% de la población.
[9] La बजरंग दल, (Bajrang Dal) es una organización juvenil extremista hindú dependiente del Vishva Hindu Parishad (VHP), «Consejo Mundial Hindú», que a su vez es uno de los incontables grupos integrados en la Sangh Parivaar.
[10] En el 2022, durante las celebraciones del 75 aniversario de la independencia, al serles concedida una, así llamada, «amnistía especial», 11 presos fueron puestos en libertad. Habían sido hallados culpables de la violación colectiva de una joven musulmana de 19 años, así como del asesinato de 14 miembros de su familia, entre ellos una bebé de un día y otra niña de tres años. Por estos crímenes fueron condenados a cadena perpetua. Habían pasado solo unos años en prisión, los mismos que Modi había necesitado para asentar su ideología entre la sociedad india. Por eso, al salir de la cárcel una muchedumbre los esperaba en la puerta, los vitoreó como a héroes y les obsequió con flores, como a mártires.
[11] Las pruebas de esta vigilancia son muchas, quizás una de las más significativas la hallemos en la férrea persecución, linchamientos incluidos, mantenida por «los vigilantes» contra los criadores y transportistas musulmanes de ganado bovino.
[12] El furor antimusulmán y la resistencia a considerar su ciudadanía se detecta en reformas del derecho tales como la Ley de Enmienda de la Ciudadanía de 2019, que otorga la ciudadanía india a los refugiados de Bangladesh, Afganistán y Pakistán, excluyendo expresamente a los musulmanes.
[13] Un informe publicado en enero de 2023 por Oxfam India arroja cifras estremecedoras. El 1% de la población india posee el 40% de la riqueza total del país, mientras el 50% con menos ingresos, unos 700 millones de personas, tan solo dispone del 3%. El texto íntegro en ingles puede hallarse en: https://d1ns4ht6ytuzzo.cloudfront.net/oxfamdata/oxfamdatapublic/2023-01/India%20Supplement%202023_digital.pdf?kz3wav0jbhJdvkJ.fK1rj1k1_5ap9FhQ
[14] Tampoco ha despreciado Modi los viejos métodos ya practicados por los dictadores del siglo XX. La imagen del autócrata aparece como prócer bondadoso en tan numerosos como irrisorios programas de «ayuda a los pobres». Me viene a la cabeza aquella operación de imagen consistente en regalar una bombona de gas a las amas de casa necesitadas. Por supuesto, todas las bombonas presentaban una benévola fotografía de Modi, sin texto, al fin y al cabo, la mayoría de las mujeres beneficiadas eran analfabetas. En este orden de cosas, merece la pena hacer mención de su participación en la entrevista mensual radiofónica, Maan ki baat, «La palabra que sale del corazón», en la cual, al modo de Hugo Chávez en su famoso Aló presidente, habla a sus conciudadanos como un padre bondadoso, volcado en el bienestar de su pueblo. Porque no los hay de izquierdas o de derechas, los autócratas son simplemente eso y sus métodos coinciden.
[15] En la próxima entrada en el blog, con el título Desmantelando la democracia. II.- Viaje con nosotros ... y disfrute, hablaré de las formas de manipulación en las redes y sus consecuencias en las sociedades democráticas.
[16] Nos recuerda este proceder el de algunos líderes autonómicos, e incluso municipales, en el actual caso español.
[17] Jammu y Cachemira era un estado compuesto por tres áreas diferenciadas por sus mayorías religiosas. Jammu tenía una mayoría hindú, Cachemira musulmana y Ladakh budista. Al mismo tiempo que se derogaba el 370, también se aprobó una ley de reorganización del estado, partiéndolo en dos territorios plenamente adscritos a la Unión. Uno conservó el nombre de Jammu y Cachemira y el otro fue llamado Ladakh. Estos cambios permitieron ejercer una represión feroz contra la población musulmana de Cachemira. Así, ya septiembre de 2019, recién aprobada la reforma en agosto, pero no habiendo entrado aún en vigor, fueron arrestadas casi 4.000 personas en Cachemira, entre las cuales se hallaban dos exministros principales y centenares de políticos. El estado fue intervenido desde el gobierno central y los servicios de comunicación e Internet suspendidos.
[18] Según el Centro de Estudios de Medios de Nueva Delhi, en las elecciones generales de 2019, el nuevo sistema permitió a los partidos políticos recaudar 8.700 millones de dólares de manera absolutamente legal y anónima. Ningún partido elevó la voz en contra, aunque el BJP se llevase la mayor tajada, 750 millones de dólares, unas cinco veces lo recaudado por el Partido del Congreso, principal partido de la oposición. Para conocer algo más sobre este tema, recomiendo comenzar por el acceso a la siguiente página de la ADR, Association for Democratic Reforms: https://adrindia.org/
[19] La encuesta puede verse en: https://www.pewresearch.org/global/2024/02/28/attitudes-toward-different-types-of-government-systems/
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